martes, agosto 19, 2008

El Mito del hombre, el asesino - Rebatiendo la visión Hobbesiana del hombre

Por Eric S. Raymond
Traducción: Roberto Hoyos


Uno de los errores más peligrosos de nuestro tiempo es la creencia de que los seres humanos son característicamente animales violentos, apenas restringidos de cometer atrocidades el uno al otro por las limitaciones de la ética, religión y el Estado.

Parecería raro para algunos disputar esto, dado el aparente e incesante flujo de reportes de atrocidades de Bosnia, Somalia, Líbano y los Angeles, que sufrimos cada día. Pero, de hecho, un pequeño estudio de etología animal (y cierta aplicación de métodos etológicos en el comportamiento humano) basta para demostrar la imparcial mente que los seres humanos no son especialmente animales violentos.

Desmond Morris, en su fascinante libro ManWatching (Nota del T.: ISBN 0810913100), por ejemplo, muestra que el instintivo estilo de pelea de los seres humanos parece ser bastante cuidadosamente optimizado para impedir que nos lastimemos el uno al otro. Filmes de pleitos callejeros muestran que pelea "instintiva" consiste, en gran medida, en empujones y manotazos al área de la cabeza/hombros/costillas.

Es notablemente difícil lastimar a un ser humano en esta manera; las áreas de blanco preferidas son mayormente hueso, y el estilo instintivo de golpeo da muy poca fuerza por el esfuerzo dado. Es iluminador comparar este comportamiento trastabillante al golpe concentrado a las áreas suaves, de un artista marcial, que habiendo aprendido a nulificar el instinto, puede fácilmente matar de un sólo golpe.

Es también un hecho, bien conocido para los planeadores militares, que algo así como el 70% de las tropas en su primera situación de combate con armas de fuego se encuentran congelados, incapaces de jalar el gatillo contra un enemigo en vivo. Requiere de entrenamiento e intensa-resocialización, para hacer soldados a partir de reclutas inexpertos. Y es notable señalar, a lo que regresaremos posteriormente, que esa dicha socialización tiene que concentrarse en hacer que aquél que está siendo entrenado obedezca órdenes y se identifique con el grupo. (El Mayor David Pierson del ejército de los EE.UU. escribió un iluminador ensayo en este tópico en el Military Review de 1999).

La violencia criminal está fuertemente correlacionada con el hacinamiento y el estrés, condiciones que cualquier biólogo sabe pueden volver loco inclusive a un ratón de laboratorio. Para ver el contraste claramente, comparen una manifestacion urbana con respuestas post-huracán o de inundación en áreas rurales. Encarados con el desastre común, es más típico de los seres humanos unirse que dividirse.

Seres humanos individuales, fuera de una pequeña minoría de sociópatas y psicópatas, no son, simplemente, asesinos naturales. ¿Porqué, entonces, es la creencia de malicia innata tan presente en nuestra cultura? ¿Y qué es lo que nos está costando esta creencia?

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Las raíces históricas de esta creencia no son difíciles de rastrear. La historia judeo-cristiana de la creación clama que los humanos existen en un estado caído y pecaminoso; y la Génesis narra dos grandes actos de revuelta contra Dios, el segundo siendo el primer asesinato. Caín mata a Abel, y heredamos la marca de Caín, y el mito de Caín --la creencia de que todos somos en el fondo asesinos. Hasta el siglo veinte, la judeo-cristianidad tendió a concentrarse en la primera; la manzana de la serpiente, popularmente, si no es que teológica, con el descubrimiento de la sexualidad. Pero como los tabúes sexuales han perdido su vieja fuerza de prohibición, la marca de Caín se ha hecho más importante en la idea judeo-cristiana del 'pecado original'.

Las mismas iglesias y sinagogas que bendijeron "guerras justas" en siglos pasados se han convertido en fuertes de pacifismo ideológico.

Pero hay una segunda, posiblemente más importante fuente del mito ombre-como-asesino en el que la filosofía de la Ilustración --La descripción de Thomas Hobbe del estado de la naturaleza de "la guerra de todos contra todos", y el naturismo reaccionario de Rousseau y los Románticos post-Ilustración. Hoy esas visiones originalmente opuestas se han fundido en una visión de la naturaleza y la humanidad que combina lo peor (y lo menos factual) de ambos.

Hobbes, escribiendo una racionalización del sistema de monarquía absoluta bajo los reyes estuardos de Inglaterra, construyó un argumento de que en un estado natural sin gobierno los deseos de los seres humanos que entran en conflicto pondrán a cada hombre contra su vecino en un baño de sangre sin fin. Hobbes refirió y asumió la "violencia salvaje" como el estado normal de los humanos en lo que los antropólogos llaman ahora sociedades pre-Estado; ese mismo término, de hecho, refleja el mito Hobbesiano.

La falla obvia en el argumento de Hobbes es que malinterpretó una condición suficiente para suprimir la "guerra" (la existencia de un Estado central fuerte) como necesaria. Subestimó la innata sociabilidad de los seres humanos. Los récords antropológicos e históricos se permiten numerosos ejemplos de sociedades "pre-Estado" (inclusive poblaciones multilingüistas muy grandes) las cuales, mientras violentas contra los fuereños, exitosamente mantuvieron la paz interna.

Si Hobbes subestimó la sociabilidad del hombre, Rousseau y sus seguidores la sobreestimaron; o, al menos, sobreestimaron la sociabilidad del hombre primitivo. Al contrastar la nobleza y la tranquilidad ellos clamaron ver en natural estado rural, y el Noble Salvaje con la muy evidente suciedad, pobreza y hacinamiento en las crecientes ciudades de la Revolución Industrial, secularizaron la Caída del Hombre. tal como todavía lo hacen sus descendientes espirituales, pasaron de largo el hecho de que los pobres de la urbe habían votado por unanimidad con sus pies para escapar de una todavía más desagradable pobreza rural.

El mito rousseano del hombre tecnológico como una horrible costra de cara a una naturaleza prístina se ha vuelto tan presente en la cultura occidental hasta desplazar largamente la vieja y opuesta imagen de la "Naturaleza, roja en colmillo y garra" de la mente popular. Quizá esto fue natural al adquirir mayor control de la naturaleza por parte de los humanos.; protección de la hambruna, la plaga, hórrido clima, depredadores, y otras inconveniencias de la naturaleza incentivaron la ingenua ilusión de que sólo la suciedad humana hace del mundo un lugar duro.

Hasta finales del siglo XIV y principios del XX, la visión rousseana del hombre y la naturaleza fue un lujo confinado a los intelectuales y los ricos holgazanes. Sólo hasta que el incremento en la urbanización y riqueza promedio aisló la mayor parte de la sociedad de la naturaleza empezó a ser una base inarticulada e inexaminada de creencia popular y académica. (En su libro "War Before Civilization" N.d.T.: Guerra antes de la Civilización, Lawrence Keeley nos ha dado un vigoroso análisis de la forma en que el mito rousseano redujo grandes despliegues de antropología cultural a balbuceos cegadores sin sentido).

En realidad, la Naturaleza es una arena violenta de competición intra e inter especies en la que el asesinato por ganancia es un evento cotidiano y las fluctuaciones ecológicas comúnmente llevan a muerte masiva. Sociedades humanas, fuera de tiempos de guerra, son casi milagrosamente estables y no violentas por constraste. Pero el prejuicio inconsciente de incluso occidentalistas educados hoy en día es probable que sea que lo contrario es verdadero. La visión hobbesiana de "todos contra todos" ha sobrevivido solamente como una descripción del comportamiento humano, no del estado más amplio de la naturaleza. La ecología 'pop' ha reemplazado a la teología pop; el nuevo mito es del hombre "el simio asesino".

Otro, más obscuro tipo de romanticismo está trabajando también. Para una persona que se siente fundamentalmente impotente, la creencia de que uno es de cierta forma intrínsecamente mortífero puede ser una ilusión alambicada. Sus mercadólogos saben muy bien que la fantasía de la violencia vende no para los realizados, los ricos y los sabios, sino más bien para rudos trabajadores atrapados en trabajos sin salida, para adolescentes frustrados, a los retirados - los marginados, los solitarios y los perdidos.

Para estas personas, el mito del simio asesino es un consuelo. Si todo lo demás falla, ofrece la obscura promesa de un arrebato mortífero final, desatando el asesino mítico interno que expresa todas esas agravamientos en una catarsis vengativa y sangrienta. Pero si siete de cada diez humanos no pueden jalar del gatillo en un enemigo que del que tienen toda razón para creer está tratando de matarlos, parece poco probable que 97 de cien pueda asesinar.

Y, de hecho, menos de una mitad del uno porciento de la población humana siquiera mata en tiempos de paz; los asesinos son más que una orden de magnitud menos comunes que accidentes fatales en casa. Sobre todo, todos salvo un desvanecientemente pequeño número de asesinatos son ejecutados por hombres, entre las edades de 15 y 25 [1], y la abrumadoramayoría de esos por hombres que no se han casado. Las probabilidades de que alguien sea asesinado por un humano fuera de este margen demográfico son comparables con las probabilidades de ser asesinado por un rayo.

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La guerra es la gran excepción, la gran legitimadora de muerte, la única arena en que humanos ordinarios se convierten en asesinos. La prevalencia especial del mito de un simio asesino en nuestro tiempo sin duda debe algo al horror y la visibilidad de las guerras del siglo XX.

Campañas de genocidio y represiones como las del holocausto Nazi, las hambrunas de ingeniería de Stalin, las masacres de Ankha en Camboya, la 'limpieza étnica' en Yugoslavia se imprime incluso más en la mente popular que la guerra como soporte del mito del hombre asesino. Pero no deberían; tales atrocidades son invariablemente concebidas y planeadas por selectas, pequeñas minorías por mucho más pequeñas que el 0.5% de la población.

Hemos visto que en circunstancias normales los seres humanos no son asesinos; y, de hecho, la mayoría tiene instintos que hacen extremadadamente difícil para ellos estar en violencia letal. ¿Cómo reconciliamos esto con el continuo patrón de violencia humana en la guerra? Y, para replanteamiento de una de nuestras preguntas originales, ¿que nos está haciendo la creencia en el mito del hombre asesino?

Pronto veremos que las respuestas a estas dos preguntas están íntimamente relacionadas - porque hay una comunidad crucial entre guerra y genocidio, y no comparadas con la comparativamente negligible letalidades de criminales y los individualmente locos. Ambas, la guerra y el genocidio, dependen críticamente en el hábito de matar bajo órdenes.

Pierson observa, reveladoramente, que las atrocidades "son generalmente iniciadas por tipos de personalidad sobrecontrolados en posiciones de segundos al mando, no por tipos de personalidad con poco control". También el terrorismo depende del hábito de la obediencia; no fue Osama bin Laden quien murió en los ataques del once de septiembre sino sus seguidores.

Esto fue parte de lo que Hannad Arendt estaba describiendo cuando, despues de los jucios de Nuremberg esgrimió su inolvidable frase "la banalidad del mal". El instinto que facilitó las atrocidades en Belsen-Bergen y Treblinka y Dachau no fue un disfrute de asesinatos a manos rojas, sino una no-crítica sumisión a las órdenes del macho alfa - inclusive cuando esas órdenes fueron para provocar horror y muerte.

Los seres humanos son primates sociales con instintos sociales. Uno de esos instintos es la docilidad, una predisposición a obedecer al líder de la tribu y otros machos dominantes. Esto fue originalmetne adaptivo; menos luchas por el status significaron más cuerpos capaces en la tribu o banda de cazadores. Era especialmente importante que machos solteros, hombres no casados de 15 a 25, obedecieran órdenes aun cuando esas órdenes involucraran riesgo y matanza. Estos solteros fueron cazadores tribales, guerreros, exploradores, y los que tomaban los riesgos; una banda florecerá mejor si son a la vez agresivos a los fuereños y prontos al control social.

En la mayor parte de la historia evolucionaria humana, el efecto multiplicador de la docilidad fue limitado por el pequeño número (250 o menos, usualmente mucho menos) de unidades sociales humanas. Pero cuando un solo macho alfa o grupo cooperativo de machos alfa pudo comandar los agresivos machos solteros de una gran ciudad o gran nación las reglas cambiaron. Guerra y genocidio se hicieron posibles.

De hecho, ni la guerra ni el genocidio necesitan más que un puñado comparativo de muertes - no más larga una cohorte que la mitad de un porciento o uno porciento de los que cometen violencia letal en tiempos de paz. Ambas, sin embargo, requieren de la obediencia de una gran población de apoyo. Fábricas deben trabajar horas extra. Los camiones de municiones deben ser conducidos donde las balas sean necesitadas. La gente debe estar de acuerdo en no ver, no escuchar y no notar ciertas cosas. Las órdenes deben ser obedecidas.

Los experimentos descritos en el libro de Stanley Milgram "The Perils of Obedience" [Los peligros de la obediencia. Nota del T.] demostraron como gente de otra forma ética puede ser inducida a torturar activamente a otra persona por la presencia de una figura autoritaria comandando y legitimizando la violencia. Pertenecen entre los resultados más poderosos y perturbadores en psicología experimental.

Los seres humanos no son asesinos naturales; muy, pero muy poquitos siquiera aprenden a disfrutar el asesinato o la tortura. Los seres humanos, sin embargo, son suficientemente dóciles que muchos pueden eventualmente ser enseñados a matar, a apoyar la matanza, o a consentir matar bajo las órdenes de un macho alfa, enteramente desasociándose de las responsabilidad del acto. Nuestro pecado original no es la capacidad de matar - es la obediencia.

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Y esto nos lleva a la razón final de la prevaleciancia del mito del hombre asesino; que propicia la obediencia y legitimiza el control social del individuo. El hombre que teme la "guerra" hobbesiana, que ve a cada uno de sus vecinos como un asesino en potencia, entrega casi cualquier cosa para ser protegido de aquéllos. Llamará por una mano fuerte desde arriba; se convertirá en el deseoso instrumento de la opresión de sus camaradas. Incluso podría permitirse ser convertido en un asesino de hecho. La sociedad será atomizada en millones de fragmentos temerosos, cada uno reaccionando al miedo de la fantaseada violencia individual al patrocinar las condiciones políticas para la violencia real a gran escala.

Incluso cuando el miedo a la violencia es menos agudo, el mito del hombre asesino sirve bien a las elites de todo tipo. Definir el problema central de la sociedad como la represión de una tendencia individual universal a la violencia es implicar una solución autoritaria; es negar sin examinación la proposición de que el interés individual y la cooperación voluntaria son suficientes para el orden civil. (Para citar un ejemplo actual, el mito del hombre asesino es una gran premisa inexamidada detrás del movimiento para el control de las armas).

En suma, el mito del hombre asesino degrada y ultimadamente le quita poder al individuo, y no provechosamente distrae la atención de los mecanismos sociales y los instintos sociales que de hecho soportan virtualmente toda violencia. Si todos somos asesinos innatos, nadie es responsable; la esporádica violencia de crimen y terrorismo y la más sistemática violencia de gobiernos (sea en Estados o sociedades pre-estatales, y en tiempos de guerra o de otra forma) es tan inevitable como el sexo.

Por otra parte, si reconocemos que la mayor parte de la violencia (y toda violencia a gran escala) surge de la obediencia, y especialmente de la comisión de violencia agresiva por machos solteros al mando de un grupo líderes machos alfa, entonces empezaremos a hacer preguntas más fructíferas. Como: ¿Qué podemos hacer, culturalmente, para romper esta cadena causal?

Primero, debemos reconocer el foco y alcance del problema. Por cualquier medida, la forma pre-eminente de violencia agresiva es la violencia por gobiernos, en cualquiera de sus formas explícitas como guerra y genocidio y en sus más o menos disfrazadas versiones en tiempos de paz. Tomen como un indicador el más pesimista estimado de la cuenta de muertos del siglo XX de agresión privada y pónganla contra las cifras más bajas de muertes por violencia promovida por el gobierno (esto es, cuenten sólo bajas de guerra, genocidios deliberados, y violencia extra-legal por órganos del gobierno; no cuenten las muertes incurridas en la coerción de incluso las más dudosas y opresivas leyes). Aún con estas asunciones obnubilando la razón al lado más bajo, la relación es claramente mil a uno, o peor.

Lectores escépticos de esta razón deberán aceptar que genocidios dirigidos por gobiernos tan solo (excluyendo la guerra por completo) se estima que han contado por más de 250 millones de muertes entre la masacre de los armenios en 1915 y las limpiezas étnicas de Bosnia y Rwanda-Burundi a finales de los 90's. Incluso la atrocidad del once de septiembre y otros actos de terrorismo, siniestros como han sido, son meras gotas contra los océanos de sangre derramados por la acción del Estado.

De hecho, la dominación de violencia por el gobierno alcanza muchisimo más de lo que la razón de mil a uno indicaría. Violencia del gobiernos sirve como un modelo y una excusa legitimadora no solamente para la violencia gubernamental, sino para la violencia privada también. La única cosa que los tiranos tienen en común es su creencia que, en su causa especial, la agresión está justificada; los criminales privados aprenden y se prosperan de este ejemplo. El contagio de violencia masiva se esparce por las mismas instituciones que fundan su legitimidad en la misión de suprimirla - aun cuando realizan la mayor parte de ella.

Y eso es en última instancia por qué el mito de el hombre el simio asesino es muy peligroso. Porque cuando temblamos del miedo ante el especrtro de violencia individual, disculpamos o alentamos violencia social; alimentamos los mitos autoritarios y las autojustificaciones que construyeron los campos nazis de la muerte y los gulags soviéticos.

No hay esperanza en el corto plazo para que podamos editar ya sea la agresión o la docilidad fuera del genoma humano. Y la violencia individual a pequeña escala de criminales y locos es una mera distracción de la horrorífica y vasta realidad que es el asesinato sancionado por el gobierno y la amenaza de asesinato sancionada por el gobierno.

Para dirigirse al problema real de una forma efectiva debemos entonces cambia nuestras culturas de tal forma que cualquiera de los machos alfa que se llamen 'gobierno' cesen de dar órdenes para realizar agresión, o que nuestros machos solteors cesen de seguir esas órdenes. Ni el consejo de Hobbes de la obediencia al Estado o la idolatría rousseana de lo primitivo puede dirigirse a la violencia central de la era moderna - muerte masiva patrocinada por el Estado.

Para terminar ese castigo debemos ir más allá del mito del hombre asesino y aprender a confiar y promover la consciencia individual de nuevo; reconocer y afirmar la predisposición individual de hacer elecciones pacíficas en el 97% de los no sociópatas; y reconocer lo que Stanley Milgram nos mostró; que nuestro señalamiento en el camino lejos de la violencia masiva reza: "¡No debo obedecer!"

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[1] Un contestatario ha disputado mi punto de que machos solteros cometen todos salvo un número desvaneciente de asesinatos, señalando que el "Uniform Crime Report Statistics" para el 2001 indica que sólo 45% de las muertes por las cuales la edad de perpetrador fue registrada fueron cometidas por machos en la cohorte de entre 15 a 25 años. Desafortunadamente para su objección, este reporte está construido muy parcialmente; no incluyen los resultados de endémica violencia civil que es rara en naciones ricas pero tan común en el Tercer Mundo. En general, parece ser el caso de que el macho soltero es ambos, el más predispuesto a la violencia y el menos resistente al control social -- así que en sociedades con y contextos con normas menos efectivas contra la violencia (y niveles más altos de ella en promedio) la parte perpetrada por machos solteros va para arriba. Del otro lado, la parte de violencia perpetrada por gente que no son machos solteros cambia menos. Cualquiera que dude esto está invitado a estudiar las manifestaciones violentas de Los ángeles y preguntarse a sí mismos cuál es dominante demográfico.

4 comentarios:

J dijo...

Bueno, pero responde, ¿te has leído ya a Lawrence Keeley? Porque Desmond Morris es muy divertido, pero como antropólogo no vale un carajo y está más pasado que el rigodón.

Y el hombre no será violento por naturaleza, pero la foto de ese tío con careto de foca que has puesto me incita al asesinato.

Wm Gille Moire dijo...

Muy buen texto, Stewie. Le pega al estatismo en el centro exacto del quid.

Habría que poner en negritas esa frase...

Nuestro pecado original no es la capacidad de matar - es la obediencia.

Y en cursivas ésta...

Y esto nos lleva a la razón final de la prevaleciancia del mito del hombre asesino; que propicia la obediencia y legitimiza el control social del individuo. El hombre que teme la "guerra" hobbesiana, que ve a cada uno de sus vecinos como un asesino en potencia, entrega casi cualquier cosa para ser protegido de aquéllos. Llamará por una mano fuerte desde arriba; se convertirá en el deseoso instrumento de la opresión de sus camaradas. Incluso podría permitirse ser convertido en un asesino de hecho. La sociedad será atomizada en millones de fragmentos temerosos, cada uno reaccionando al miedo de la fantaseada violencia individual al patrocinar las condiciones políticas para la violencia real a gran escala.

De todas maneras, ¿cómo puede defenderse Occidente de los machos alfa fundamentalistas islámicos y su séquito de obedientes solteros de 15 a 25 años? Por lo pronto, el único que puede enfrentarlos es el gobierno de USA, ¿no?

Y Kropotkin ya lo había dicho hace 150 años...

Anónimo dijo...

Todo bien hasta que metió su cuchara el eslabón perdido para decir tarugadas sobre el pobrecito Occidente y los macho alfa islámicos y el califa abderramán no sé qué más.

Y todo bien en el texto hasta que metió el autor una típica tarugada liberal sobre que los habitantes de los horrendos suburbios de la Revolución Industrial "votaron con sus pies" (todo el Mundo vota con los pies)... No cuenta -típico escamoteo liberal- que previamente ocurrió una terrorífica destrucción de las instituciones comunales por parte de los grandes latifundistas. Hablamos de la Gran Bretaña.

Bueno, pero es otro tema. En general, el artículo es interesante y bueno.

Tsekub

Anónimo dijo...

El único fin de los anarcocapitalistas es suprimir el poder del Estado para que el poder económico ande a sus anchas. Todo el rollo que sueltan sólo es literatura instrumentalizada para conseguir dicho objetivo.

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