Todas las grandes historias pueden ser interpretadas desde muy distintos puntos de vista. Mucha gente encontrara distintas analogías. Es esto lo que hace grandes a estas historias. Por ejemplo la obra cumbre de Tolkien tiene distintas interpretaciones, algunas de ellas de corte anarquista o liberal. Si estas historias se pueden observar desde tal diversidad de prismas, es porque son las Historias con mayúsculas, la historia de la misma humanidad. El mismo Tolkien huía de analogías simplonas, de ahí la inmortalidad del relato.
Otra de estas grandes historias, es Matrix. Matrix puede observarse desde una perspectiva filosófica, desde el punto de vista de la ciencia ficción (uno de los campos que más ha cultivado el agorismo en el pasado, por cierto) o desde una óptica religiosa.
Matrix es un lujo para el agorista, la analogía con respecto a la critica libertaria a la falsa religión del estado se adapta a la perfección. Hoy quiero traer otra idea que puede encontrar su reflejo en la trilogía.
En la primera parte, hay una escena que me ha llamado la atención:
Matrix es un lujo para el agorista, la analogía con respecto a la critica libertaria a la falsa religión del estado se adapta a la perfección. Hoy quiero traer otra idea que puede encontrar su reflejo en la trilogía.
En la primera parte, hay una escena que me ha llamado la atención:
Matrix es un sistema, Neo. Ese sistema es nuestro enemigo, pero cuando entras ¿a tu alrededor qué ves? Hombres de negocios, profesores, abogados, carpinteros. Son las mentes de los mismos que intentamos salvar. Pero hasta que no lo hagamos, siguen formando parte de ese sistema y eso hace que sean nuestros enemigos. Tienes que entender que la mayoría ellos no están preparados para ser desenchufados y muchos están tan habituados, dependen tan absolutamente del sistema, que lucharían para protegerlo. ¿Estabas escuchándome, Neo? ¿O mirabas a la mujer del vestido rojo?
Es una idea extendida en los círculos liberal/libertarios españoles de que la alianza estratégica y preferente entre liberales estatistas y anarquistas de mercado es algo obvio, necesario y que además no tiene sentido discutir, puesto que en definitiva "nuestras ideas son básicamente las mismas", así que "unámonos y ya veremos que hacemos con el estado cuando llegue el minarquismo". En la arcadia actual del liberalismo patrio parece haberse llegado a un compromiso: este debate es una perdida de tiempo, hay que buscar aliados para influir políticamente de alguna forma, ya sea en los "electores" o en los candidatos con el objetivo de limitar al gobierno.
El problema es que esto se ha revelado como un objetivo inalcanzable, el liberalismo es un imposible como ha demostrado Huerta de Soto, el economista austríaco. Los liberales clásicos han de evolucionar a posiciones anarquistas, si quieren ser consecuentes con los principios de no agresión y de libre mercado.
Es una idea extendida en los círculos liberal/libertarios españoles de que la alianza estratégica y preferente entre liberales estatistas y anarquistas de mercado es algo obvio, necesario y que además no tiene sentido discutir, puesto que en definitiva "nuestras ideas son básicamente las mismas", así que "unámonos y ya veremos que hacemos con el estado cuando llegue el minarquismo". En la arcadia actual del liberalismo patrio parece haberse llegado a un compromiso: este debate es una perdida de tiempo, hay que buscar aliados para influir políticamente de alguna forma, ya sea en los "electores" o en los candidatos con el objetivo de limitar al gobierno.
El problema es que esto se ha revelado como un objetivo inalcanzable, el liberalismo es un imposible como ha demostrado Huerta de Soto, el economista austríaco. Los liberales clásicos han de evolucionar a posiciones anarquistas, si quieren ser consecuentes con los principios de no agresión y de libre mercado.
Para el agorista, el objetivo no es una quimérica limitación del leviatán, sino la desobediencia interesada. Desde este punto de vista es irrelevante que un estatista sea marxista o friedmanita, ambos están cumpliendo la ley, ambos obedecen al estado, ambos alimentan al sistema criminal que combatimos. Después de todo, un estatista podría en cualquier momento ser victima de los remordimientos hacia su deslealtad con el gran hermano y denunciar las ilegales actividades de los agoristas, ¿no?.
No solo eso, el libertarianismo no es un credo político, sino ético. Su misión fundamental es instaurar una sociedad en la que se protejan los derechos individuales propios de cada individuo. Esto solo puede pasar si la gente adopta comportamientos afines a estos principios de Justicia. Por eso no tiene sentido decir que el anarquismo y el minarquismo son prácticamente lo mismo, se requiere una autentica revolución individual para dar este paso. No es tarea fácil librarse de años de indoctrinación ni ignorar la presión social.
Gene Callahan lo explica más o menos bien en este artículo traducido por mis camaradas Manuel Lora y Fernando Barrera:
La más crucial de las brechas políticas
Imagínese dentro de una sala atestada de hombres, cada uno de ellos ansioso por argüir su posición en lo concerniente al tema del maltrato a las esposas. Algunos de los asistentes defienden el derecho a maltratar a sus mujeres siempre que les hayan molestado. Otros consideran que esa postura es demasiado severa y afirman que sus esposas sólo deben ser maltratadas en ocasiones más importantes, tales como, por ejemplo, las relacionadas con la economía doméstica. Por último una tercera facción sostiene que el abuso conyugal sólo esta justificado en los casos más cruciales y solamente de no encontrarse medios menos drásticos para garantizar el resultado deseado: por ejemplo, cuando su esposa no contribuye tanto como uno cree que debería a la seguridad familiar.
Sin embargo, usted encuentra tales acontecimientos totalmente aberrantes, ya que considera que el maltrato a cualquier persona es inmoral, aun si fuera la única manera de alcanzar un fin deseable e importante. Usted cree que la violencia contra el prójimo sólo está justificada como autodefensa y solamente en la intensidad necesaria para detener al agresor. Imagine su asombro si los miembros del grupo que aboga por el abuso contra las mujeres solamente en circunstancias extremas le declaran que son sus aliados naturales, proclamando que la diferencia entre su posición y la de ellos no tiene mucha importancia comparada con la gran brecha que separa a los abusadores mínimos de los que están más entusiasmados con la práctica. Usted, discrepando, diría que lo que tienen en común los "pequeños" agresores con el resto de la asamblea es la voluntad de maltratar a su esposa si es que con ello obtienen el fin que han determinado como valioso, y que esto tiene mayor trascendencia que el hecho de que la cantidad de palizas descargadas sobre sus mujeres por estos "pequeños" agresores (digamos, unas cinco al año) esté más cerca a su total ideal (cero) comparado con el resto de los agresores (que le darían una paliza diaria).
La situación descrita anteriormente es análoga a la que me encuentro cuando, por ejemplo, estoy en una conferencia y oigo a un liberal minarquista afirmando que la diferencia entre el minarquismo y la anarquía está separada por una estrecha barrera que es casi indetectable si es que se mira desde una perspectiva global que tenga en cuenta el amplio abanico de las actuales posiciones políticas. Dice, por ejemplo: "Cuando reduzcamos las responsabilidades del estado a tan solo proveer defensa y protección de la vida y la propiedad, nosotros los minarquistas y Ustedes los anarquistas tendremos bastante tiempo para poder discutir la posibilidad de deshacer el estado completamente."
Aunque estoy perfectamente dispuesto a cooperar con cualquier persona que comparta un objetivo político conmigo, creo que el concepto señalado, que los minarquistas y los anarquistas son prácticamente indistinguibles fuera de un pequeño e irrelevante desacuerdo, es profundamente erróneo. De hecho, en cuanto traigo a colación la cuestión política más importante, la brecha entre los minarquistas y los anarquistas es gigantesca, mientras que la separación entre los minarquistas y, por ejemplo, los estalinistas, es relativamente pequeña: Los anarquistas rechazan la noción de que está permitido emplear la violencia contra alguien que no ha cometido un acto de agresión, independientemente de cuánto se desee que esa persona inocente coopere con sus fines o cuán importantes sean. Los minarquistas, empero, defienden el derecho a iniciar la agresión bajo cualquier circunstancia donde ellos decidan que el uso de la coacción es realmente útil. La diferencia entre minarquistas y totalitarios es sólo de grado: el totalitario considera bastantes más fines políticos de tal importancia como para ser obtenidos mediante la violencia contra individuos pacíficos que los que reconocerían los liberales partidarios del estado mínimo. El socialista argumentaría que proveer a cada ciudadano con cuidado médico gratis es tan valioso que requiere que se use el omnímodo poder del estado para forzar la cooperación hacia ese fin, mientras que el minarquista no reconoce ningún fin fuera de la provisión de defensa contra agresores no-estatales o de un estado extranjero, y estará dispuesto a usar la violencia para que apoyen ese fin. Sin embargo, los dos están de acuerdo en que, si uno de los fines se considera suficientemente útil y valorado, entonces es aceptable la iniciación de la violencia contra aquellos ciudadanos que no compartan voluntariamente esa idea, y también contra los que la valoren simplemente menos que uno mismo. (Que esto último es verdad puede vislumbrarse considerando que aunque dos personas estén de acuerdo en que el estado deba mantener un ejército para la defensa de una posible invasión, pueden diferir sobre cuánta riqueza dedicar a tal empresa. El que apoya mayores gastos militares debe estar dispuesto a emplear la fuerza contra el otro simplemente para convencerle de que aumente su contribución más allá del nivel que elegiría libremente, libre de cualquier amenaza.)
Nada de lo que he dicho previamente implica que un minarquista, o cualquier persona que apoye la existencia del Estado sea necesariamente una mala persona. Es más, creo que la gran mayoría son probablemente personas decentes con ideas erróneas. De hecho, un anarquista puede ser en otro aspecto de su vida más miserable que un estatista, a pesar del hecho de que esté en lo correcto en el asunto atinente a la existencia del Estado. Así pues, yo veo que la distinción entre anarquista y estatista es la más fundamental brecha política. Una vez que uno acepta la noción de que iniciar la agresión es aceptable bajo algunas circunstancias, queda abandonado el fundamento de la libertad humana y todo lo que nos queda es discutir qué grado de esclavitud es aceptable. Habiéndose aventurado en tal camino, los liberales minarquistas no deberían sorprenderse ante las dificultades que afrontan al intentar contener el constante crecimiento de su Estado Gendarme.
No solo eso, el libertarianismo no es un credo político, sino ético. Su misión fundamental es instaurar una sociedad en la que se protejan los derechos individuales propios de cada individuo. Esto solo puede pasar si la gente adopta comportamientos afines a estos principios de Justicia. Por eso no tiene sentido decir que el anarquismo y el minarquismo son prácticamente lo mismo, se requiere una autentica revolución individual para dar este paso. No es tarea fácil librarse de años de indoctrinación ni ignorar la presión social.
Gene Callahan lo explica más o menos bien en este artículo traducido por mis camaradas Manuel Lora y Fernando Barrera:
La más crucial de las brechas políticas
Imagínese dentro de una sala atestada de hombres, cada uno de ellos ansioso por argüir su posición en lo concerniente al tema del maltrato a las esposas. Algunos de los asistentes defienden el derecho a maltratar a sus mujeres siempre que les hayan molestado. Otros consideran que esa postura es demasiado severa y afirman que sus esposas sólo deben ser maltratadas en ocasiones más importantes, tales como, por ejemplo, las relacionadas con la economía doméstica. Por último una tercera facción sostiene que el abuso conyugal sólo esta justificado en los casos más cruciales y solamente de no encontrarse medios menos drásticos para garantizar el resultado deseado: por ejemplo, cuando su esposa no contribuye tanto como uno cree que debería a la seguridad familiar.
Sin embargo, usted encuentra tales acontecimientos totalmente aberrantes, ya que considera que el maltrato a cualquier persona es inmoral, aun si fuera la única manera de alcanzar un fin deseable e importante. Usted cree que la violencia contra el prójimo sólo está justificada como autodefensa y solamente en la intensidad necesaria para detener al agresor. Imagine su asombro si los miembros del grupo que aboga por el abuso contra las mujeres solamente en circunstancias extremas le declaran que son sus aliados naturales, proclamando que la diferencia entre su posición y la de ellos no tiene mucha importancia comparada con la gran brecha que separa a los abusadores mínimos de los que están más entusiasmados con la práctica. Usted, discrepando, diría que lo que tienen en común los "pequeños" agresores con el resto de la asamblea es la voluntad de maltratar a su esposa si es que con ello obtienen el fin que han determinado como valioso, y que esto tiene mayor trascendencia que el hecho de que la cantidad de palizas descargadas sobre sus mujeres por estos "pequeños" agresores (digamos, unas cinco al año) esté más cerca a su total ideal (cero) comparado con el resto de los agresores (que le darían una paliza diaria).
La situación descrita anteriormente es análoga a la que me encuentro cuando, por ejemplo, estoy en una conferencia y oigo a un liberal minarquista afirmando que la diferencia entre el minarquismo y la anarquía está separada por una estrecha barrera que es casi indetectable si es que se mira desde una perspectiva global que tenga en cuenta el amplio abanico de las actuales posiciones políticas. Dice, por ejemplo: "Cuando reduzcamos las responsabilidades del estado a tan solo proveer defensa y protección de la vida y la propiedad, nosotros los minarquistas y Ustedes los anarquistas tendremos bastante tiempo para poder discutir la posibilidad de deshacer el estado completamente."
Aunque estoy perfectamente dispuesto a cooperar con cualquier persona que comparta un objetivo político conmigo, creo que el concepto señalado, que los minarquistas y los anarquistas son prácticamente indistinguibles fuera de un pequeño e irrelevante desacuerdo, es profundamente erróneo. De hecho, en cuanto traigo a colación la cuestión política más importante, la brecha entre los minarquistas y los anarquistas es gigantesca, mientras que la separación entre los minarquistas y, por ejemplo, los estalinistas, es relativamente pequeña: Los anarquistas rechazan la noción de que está permitido emplear la violencia contra alguien que no ha cometido un acto de agresión, independientemente de cuánto se desee que esa persona inocente coopere con sus fines o cuán importantes sean. Los minarquistas, empero, defienden el derecho a iniciar la agresión bajo cualquier circunstancia donde ellos decidan que el uso de la coacción es realmente útil. La diferencia entre minarquistas y totalitarios es sólo de grado: el totalitario considera bastantes más fines políticos de tal importancia como para ser obtenidos mediante la violencia contra individuos pacíficos que los que reconocerían los liberales partidarios del estado mínimo. El socialista argumentaría que proveer a cada ciudadano con cuidado médico gratis es tan valioso que requiere que se use el omnímodo poder del estado para forzar la cooperación hacia ese fin, mientras que el minarquista no reconoce ningún fin fuera de la provisión de defensa contra agresores no-estatales o de un estado extranjero, y estará dispuesto a usar la violencia para que apoyen ese fin. Sin embargo, los dos están de acuerdo en que, si uno de los fines se considera suficientemente útil y valorado, entonces es aceptable la iniciación de la violencia contra aquellos ciudadanos que no compartan voluntariamente esa idea, y también contra los que la valoren simplemente menos que uno mismo. (Que esto último es verdad puede vislumbrarse considerando que aunque dos personas estén de acuerdo en que el estado deba mantener un ejército para la defensa de una posible invasión, pueden diferir sobre cuánta riqueza dedicar a tal empresa. El que apoya mayores gastos militares debe estar dispuesto a emplear la fuerza contra el otro simplemente para convencerle de que aumente su contribución más allá del nivel que elegiría libremente, libre de cualquier amenaza.)
Nada de lo que he dicho previamente implica que un minarquista, o cualquier persona que apoye la existencia del Estado sea necesariamente una mala persona. Es más, creo que la gran mayoría son probablemente personas decentes con ideas erróneas. De hecho, un anarquista puede ser en otro aspecto de su vida más miserable que un estatista, a pesar del hecho de que esté en lo correcto en el asunto atinente a la existencia del Estado. Así pues, yo veo que la distinción entre anarquista y estatista es la más fundamental brecha política. Una vez que uno acepta la noción de que iniciar la agresión es aceptable bajo algunas circunstancias, queda abandonado el fundamento de la libertad humana y todo lo que nos queda es discutir qué grado de esclavitud es aceptable. Habiéndose aventurado en tal camino, los liberales minarquistas no deberían sorprenderse ante las dificultades que afrontan al intentar contener el constante crecimiento de su Estado Gendarme.
¿Quiero decir con esto que debemos de apartarnos de los minarquistas completamente? No, tengo muy buenos amigos entre los minarquistas, y tenemos muy buenos bloggers minarquistas con los que no me importa compartir agregador, conferencias y cañas... simplemente que desde el punto de vista estratégico no tiene sentido hacerles el juego político, es de hecho contraproducente: anarquía en la teoría es anarquía en la práctica, no criticar al sistema para luego formar parte del mismo. También es necesario incentivar las opiniones anarquistas, no aplaudir ni un 1% de estatismo entre las opiniones minarquistas y volver a abrir este debate como un procedimiento constante para expandir el mensaje de desobediencia anarquista de mercado.
a3!
1 comentario:
"La obra cumbre de Tolkien tiene distintas interpretaciones, algunas de ellas de corte anarquista o liberal."
Aunque no es ni de lejos la interpretación que tienen de ella, por ejemplo, dos reputados autores anarquistas británicos como son Alan Moore y Michael Moorcock, quienes la consideran una obra cumbre de la ideologia torie conservadora, antiliberal, antiindustrial, confesionalista ,etc.
Un saludo.
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